lunes, 29 de agosto de 2011

Lima-Pariacoto, 5-9 de agosto: Memoria de un martirio

Me encuentro en mi última tarde en Lima, y quiero empezar este diario de viaje volviendo a los primeros días, tal vez los más importantes e impactantes, dedicados a la memoria histórica y celebrativa de los 20 años de la muerte de fray Miguel y Zbigniew, polacos, matados por el movimiento “Sendero Luminoso” el 9 de agosto del 1991. Hubo dos momentos fuertes: el Congreso en nuestra parroquia de Lima y el viaje-peregrinación a Pariacoto, lugar donde ejercían su ministerio y fueron ejecutados. Hoy es en curso su causa de beatificación, junto a otro sacerdote misionero italiano asesinado por el mismo movimiento el 25 de agosto del mismo año: Sandro Dordi. Los dos momentos han sido un logro, sobre todo de un punto de vista emocional, pastoral y celebrador.

Congreso en Lima, 5-6 de agosto – Ha sido un mixto de ponencias más científicas, aunque la cercanía a los hechos no permitía una verdadera distancia emotiva, y de testimonios mucho más vivos e impactantes. Las primeras analizando el momento histórico particular que se vivía en Perú en aquellos años (una muestra de fotos sobre el terrorismo en Perú, que pude ver después en el Museo de la Nación, fue impresionante por la locura que se desató entre bandas revolucionarias y ejército, a expensas sobretodo de inocentes del pueblo, con un saldo de 70.000 muertos…), y las características del martirio cristiano, con particular referencia a América Latina. Los segundos a cargo del obispo de la diócesis de Chimbote, mons. Bambarén; de la hermana Berta, que los acompañó casi hasta los momentos finales; de una joven del su grupo de Pariacoto, etc. Éstos se entrelazaron bien con las ponencias y tuvieron un fuerte impacto emotivo sobre la asamblea compuesta por gente de toda edad y preparación. Yo?!? Actué de moderador. Un papel que parece agradar a estas latitudes en la manera “familiar” como lo desenvuelvo. Para mí una ocasión única de participación y crecimiento.

El domingo 7 celebramos misa en la parroquia, recordando los 25 años de ordenación de fray Jaroslaw, el entonces guardián de Pariacoto, el cual evitó la muerte sólo porque estaba de vacaciones. La misa fue bonita, animada con cantos y ritmos peruanos. En los días siguientes las celebraciones serán siempre a la altura, aunque a veces ha faltado algo más étnico o una participación más popular.

Celebraciones en Pariacoto, 8-9 de agosto – Partimos de Lima a las 4.30 de la madrugada, en autobús, junto a varios laicos (otro nos ha precedido en la noche), para llegar a destino, en la región de Ancash, alrededor de 7 horas después. Bordeamos el océano, atravesando un paisaje muy árido, interrumpido de vez en cuando por oasis de vegetación y cultivos, allá donde hay agua, evidentemente. Dejada la costa, nos dirigimos hacia los montes andinos, donde queda Pariacoto. Luego de más de dos horas llegamos. Me impresiona la aridez de las montañas, junto a su majestuosidad. Mientras los pueblitos se asientan junto al agua, teniendo cultivos de hortalizas y frutas. Nos hospedan, algo arrimados, en los locales del convento. Sin embargo, el fuerte impacto emotivo de pisar el suelo que nuestros dos jóvenes hermanos has pisado durante su breve vida, nos hace olvidar el pequeño incómodo. Además, mucha gente de ese pueblo rural vive condiciones de vida aún más precarias.

A las dos de la tarde, bajo un sol tórrido, empezamos el Vía Crucis hacia el lugar del martirio, distante cerca de dos kilómetros. Es carretera de tierra. La gente va uniéndose poco a poco. Busco refrigerio en zonas de sombras, cuándo las hay. El lugar del martirio se encuentra al lado de una plazuela natural, detrás del viejo cementerio, en Pueblo Viejo, abandonado después de un terremoto. Aquí se está ultimando una capilla. Celebramos al aire libre, en la plazuela. El momento es muy conmovedor. No puedo dejar de pensar en el hecho que los dos eran casi mis contemporáneos, muriendo Zbigniew a los 33 años y Miguel a los 31. Me estremece y da a pensar como la ideología pueda llevar a tal locura, de matar, por absurdo, a los que se dice querer rescatar o defender. Es lo que pasó en Perú y en cada país donde el terrorismo se enfrentó al ejército, con víctimas inocentes causadas por ambas instancias. Los que pagaron y pagan son siempre la gente del pueblo, los débiles y pobres. Y esto es inicuo, diabólico. Es esperanzador y alentador que en Perú se haya constituido una Comisión de la Verdad y Reconciliación, para echar luz sobre los acontecimientos y emprender un camino de paz.

La mañana siguiente, 9 de agosto, día del martirio, temprano, salgo solo, para tomar unas fotos y volver a caminar el camino hacia el lugar del martirio. Quiero reflexionar, revivir, escuchar el silencio. Es de una lindura profunda. Experimento inquietud y paz a la vez. Miro el paisaje y pienso en la noche en que fueron ejecutados Zbigniew y Miguel. ¿Habrán mirado un cielo tapizado de estrellas como el de anoche, contemplando a ángeles acompañándolos? ¿Y la luna? ¿Alumbró los alrededores, las cimas de los montes… y sus corazones? ¿O más bien hubo oscuridad, para que sus ojos contemplaran a Dios sin distracciones, alentándose mutuamente como amigos fraternos frente a un peligro fuera de su imaginación? Saber que una bala explotó en la cabeza de Miguel, abriéndole la cara, y que Zbigniew fue rematado con una bala que le salió del ojo, me da escalofríos de terror por la estupidez de la maldad humana, y de ternura hacia estos dos hermanos míos franciscanos.

A las 10 a.m. hubo la celebración oficial de los 20 años del martirio, con la misa celebrada por el obispo nuevo de Chimbote y concelebrada por los sacerdotes presentes. Habría sido hermoso y significativo que los organizadores involucraran más la gente del pueblo, aquella gente que acompañó a los dos frailes y los enamoró de su vocación franciscana vivida en estos lugares y en esta cultura. Conmovedoras las pocas palabras de un primo de fray Zbigniew, quien dice, a nombre de toda la familia, que ellos no tienen odio ni rencor hacia los asesinos, y que los perdonan. Probablemente el momento más alto de toda la celebración. En la tarde, en espera de la salida, me dirijo a las tumbas en la iglesia. Quiero tener un momento de reflexión y oración. Me alcanza Eva, una joven presente la noche del asesinado y empieza a contar, con referencia a lugares del convento y de la iglesia, que por ella son sacramentales. Me conmueve su necesidad de decir, de desahogar el alma en el contar, casi de buscar un sentido difícil, imposible a hallar fuera de una lógica cristiana, martirial.

Llegamos a Lima a la medianoche. Durante el trayecto, charlo agradablemente con el Ministro general, mi amigo desde los tiempos de la teología en Roma, y mi querido fray Luciano, misionero entusiasta en Brasil desde casi 40 años.

fray Matteo - Venezuela

viernes, 12 de agosto de 2011

Encuentro del Ministerio de Reflexión de la Falc (MiReFalc) Lima, 10-12 de agosto

En los días 10-12 de agosto, luego de haber vivido junto a la Custodia de Perú el congreso y la celebración de los 20 años de la muerte-martirio de fray Zbigniew Strzałkowski y fray Miguel Tomaszek se han reunido los integrantes del Ministerio de Reflexión de la Falc (MiReFalc) para discutir sobre una manera de ser frailes menores conventuales en América Latina hoy. Esto para dar una contribución nuestra a la reflexión de la Orden, con vista a la revisión de las Constituciones. Han participado 12 frailes: 5 de Argentina-Uruguay, 2 de Brasil, 2 de Bolivia, 1 de Costa Rica, 1 de Chile y 1 de Venezuela.

Empezamos con un rico compartir e intercambio de opiniones sobre el Congreso en Lima (5-6 de agosto) y la peregrinación a Pariacoto (8-9 de agosto). A este momento participan también el Ministro general, fray Marco Tasca, y el Asistente general para la Falc, fray Jorge Fernandez. Todos estamos de acuerdo que los dos momentos han sido un logro, sobre todo de un punto de vista emocional, pastoral y celebrativo. Tal vez haría falta ahora un discernimiento serio y participativo sobre la herencia del martirio de estos dos hermanos nuestros a nivel de Orden y en el ámbito de la formación, sobretodo en América Latina.

Pasamos después a examinar los artículos-aportes de unos participantes sobre las características para una conventualidad latinoamericana. Los siguientes puntos son fruto de la lectura de los artículos y de los ricos intercambios fraternos.

Emergen estilos de vida franciscana que dependen de las realidades fundadoras, con todo lo que esto conlleva de una cultura trasplantada en estas tierras latinas. El peligro es quedarse con la cultura de los fundadores, por la cual sin embargo es menester pasar, y no con la dinamicidad de un carisma.

Recuperación y valorización de la memoria histórica. Conocer la historia franciscana universal y en AL, tal vez con los criterios hermenéuticos nuevos; conocer y estudiar la presencia franciscana conventual para ver “cómo” se ha vivido y se ha de vivir hoy nuestra identidad en estas tierras latinas. Es importante conjugar el acercamiento diacrónico y sincrónico. Hacer memoria creativa, valorizando otros elementos, como los saberes de los ancestros, no sólo la historia de los conventuales en AL, que es demasiado reciente. La historia, pues, no es el único lugar para entender la conventualidad, ni tampoco lo profético. La matriz carismática de la Orden se debe buscar en diálogo con las matrices culturales cambiantes, a la luz de un discernimiento fraterno evangélico.

El franciscanismo nace en una época de crisis y gran movilidad, con talantes parecidos a los nuestros. El convento fue lugar de producción intelectual y simbólica. El convento tiene su declive cuando se crean las naciones y nacen patrones más estables, por tener poca movilidad. Recupera su auge en los países “nuevos” como son las Américas, que se van formando con una gran movilidad que obliga al diálogo y a la propuesta cultural y vivencial.

Hoy, además de la historia y sociedad, es el mismo cosmos que nos interpela. Es la voz del Espíritu que nos habla. El franciscanismo es movimiento; pues, llamado a vivir en los escenarios del mundo actual: ecología, migrantes, mujeres, pobres, minorías étnicas, etc. Sería un error despegar una reflexión sobre la conventualidad y nuestra identidad del mundo que nos rodea, como algo a parte. Sería un abstractismo dañino y desviante.

Los franciscanos deben tener horizontes abiertos en lo que se refiere a su presencia y significatividad en AL, sin limitarse a un solo modelo de iglesia y de compromiso pastoral. Hermanos que sepan dialogar con culturas distintas y con la misma creación. La interculturalidad se vuelve en la expresión moderna y actual de la itinerancia franciscana. Somos forasteros y peregrinos, nos dice la Biblia y el mismo S. Francisco, tal vez en el sentido de “nómadas”, cuya referencia más que el territorio es lo interior de cada uno.

La interrelación entre hermanos, y con todas las instancias territoriales y cósmicas, en diálogo comunional y enriquecedor, es la manera de vivir nuestro ser frailes conventuales hoy. El convento como espacio de encuentros, instancia humana que elijo para ser franciscano y que no obligatoriamente se identifica con un lugar. Ámbito de reciprocidad afectiva, hecha y expresada en sintonía, no en aceptación puramente ideal del otro distinto de yo. El convento debe de ser espacio de relaciones cálidas y profundas. El peligro actual podría ser la cultura virtual, que desvirtúa el encuentro humano y el sentido concreto de pertenencia a un grupo, el vivir y sentirse en familia. Esto se opone a la actual cultura líquida y de relaciones en red, o la complementa, anclándonos a un territorio y un grupo humano.

Quizás el conventualismo hoy en AL se caracteriza como algo que pertenece al franciscanismo todo; se vive una unidad pastoral y espiritual entre las tres familias franciscanas. Mientras que en Europa se parte normalmente de las diferencias para vivir las características propias. Aunque no se pueden negar diferencias en las maneras concretas e institucionalizadas de vivir las relaciones fraternas en la comunidad y en relación con la autoridad.

De repente no existe una conventualidad latinoamericana. Hay características universales que se deben aplicar, en manera fiel y creativa al carisma del fundador, a las realidades propias de cada área geográfica y ambiente humano. Y América Latina, a nivel social y eclesial, tiene sus características propias, que son retos para encarnar nuestra identidad conventual aquí.

Hay tres tipos de presencias por zonas: urbanas, rurales o pequeños pueblos, misioneros junto a presencias indígenas. Hay modelos pastorales: parroquiales, educativos y otros ministerios (medios de comunicación, etc.). El gran problema de AL que puede impedir el cambio, es que estamos determinados por unas estructuras que nos comprometen histórico culturalmente. Al mismo tiempo, estamos condicionados por necesidades económicas que a veces nos llevan a buscar compromisos más rentables, visibles y fáciles, que franciscanas. Importante es la formación, para adquirir categorías evangélicas y franciscanas a la hora de tomar decisiones sobre presencias y obras.

El núcleo fundamental de nuestra identidad franciscana no es fijo sino abierto y dinámico: una fraternidad que discierne, es evangélica, nómada material y espiritualmente. El discernimiento establece el vínculo de la fraternidad con el Espíritu. El capítulo conventual juega en este sentido un papel fundamental.

La conventualidad es un modo de ser franciscanos, expresando la minoridad en un lugar espacio abierto; es relacionalidad cultural abierta que no nos distingue de las demás familias franciscanas, porque es algo incluyente, que nos une y pertenece por esto al carisma mismo del fundador. Tal vez las dos características de la conventualidad son: dinámica fraterna interna, y diálogo permanente con la cultura y el mundo, que nos lleva a reinventarnos permanentemente. Esto nos lleva a acercarnos a los demás sin prejuicios sino con libre humildad, para conocer, hacerse involucrar y enriquecerse mutuamente.

En resumidas cuentas, tal vez el aporte propio de AL podría ser el siguiente. No se puede definir la conventualidad con una concreción histórica determinada, como algo a reproducir en el tiempo, sino más bien como algo dinámico, en devenir. La Orden no como “orden”, sino como espacio “caótico” que impulse a una búsqueda continua, fiel y creativa; espacio abierto al diálogo ad intra y ad extra. Tal vez el “orden” ha sido concebido por unas instancias culturales cartesianas de dominio de la realidad, hoy día en crisis. Haría falta favorecer un “desorden o fractalidad interior”, una creatividad en la búsqueda y en la vivencia. A parecer nuestro, todo el mundo está convencido de esto; sin embargo hay resistencias interiores, miedos para asumir este nuevo estilo de conventualidad. De repente, las casas de formación en común podrían favorecer el vehicular estos nuevos modelos y anhelos, para un camino latinoamericano de presencia franciscana menor conventual.

SALUDOS DE BIENVENIDA

¡Paz y Bien! Queridos Hermanos les saludo muy cordialmente.
fr. Darío